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Inca & Castillo Productions

  • Marta Lismán
  • 28 oct 2021
  • 4 Min. de lectura



Perú ya tiene nuevo presidente: un señor con un sombrero que, a pesar de sus holgadas dimensiones, parece que le estuviera comprimiendo el cerebro y estrujándole las meninges, a la vista de sus declaraciones.


Con un discurso plagado de incongruencias, sandeces y calumnias grandes como un castillo, Pedro ídem comienza saludando a sus “hermanos de los pueblos originarios”, sus “hermanos ronderos” y “hermanos maestros”, ésos que, según parece, sobrevivieron al holocausto español y a la masacre de una España genocida cuya leyenda negra parece no tener principio ni fin. Me gustaría saber cómo habría empezado su mejunje dialéctico este aspirante a Tupac Amaru de haber tenido que deletrear sus notas en tierras norteamericanas o canadienses. No le habrían quedado hermanos originarios ni ronderos ni maestros a los que dirigirse salvo que hubiera escupido su infecta diatriba en una “reservasión”. Siempre lo mismo: los pueblos originarios eran buenos, vivían en paz y “durante cuatro milenios y medio nuestros antepasados encontraron la manera de resolver los problemas y de convivir en armonía con la rica naturaleza que la providencia les ofrecía”. El maestro campesino, en todo su esplendor intelectual y sin que le haya dado el sol en la cabeza, pues con tamaña sombrilla parece que no es posible de facto, se reinventa la Historia con el consabido argumento de que el español malo conquistó al inca bueno. Siempre olvidan, los adalides del indigenismo, ese ínfimo detalle de que el factor más importante de la caída del imperio inca fueron los mismos indígenas ayudados por un puñado de españoles dirigidos por Pizarro y aprovechando una cruenta guerra civil que enfrentaba a dos hijos de Huayna Cápac: Atahualpa y Huáscar. A esta lucha fratricida el Sr. Castillo se refiere como “un momento de caos y desunión”, eufemismo que resume de forma clara y concisa la doble vara de medir de cualquier indigenista que se precie de serlo.

Y me sorprenden esos “cuatro milenios y medio” añorados por el nuevo presidente chotano. No los localizo, no me salen las cuentas. El probable inicio del imperio de los incas está más o menos datado en el siglo XIII, cuando llegaron al valle de Urubamba huyendo -pacífica y armoniosamente, eso sí- de los aimaras. Desde este hito y hasta que llegaron los malvados españoles marvelianos transcurrieron aproximadamente tres siglos. Entonces ¿hasta qué momento se remonta el Presidente de la pamela en su torpe disertación de investidura? Pues no sabemos. Supongo que salió un día de excursión con IncaTour, llegó hasta las pirámides de Caral y dijo “¡Cáspita! aquí debieron vivir mis ancestros en paz y armonía”. Y ¡listo! Así se inventa uno su pasado y su orgullo patrio para poder sostener la quimera de que si a Perú le va mal es porque los españoles les robamos el oro hace quinientos años.

Y así, con un sesgo histórico tan delirante, el Lisensiado en Ala Ancha, se remonta 4.500 años a la Conquista, luego redondea a 5.000… y cinco que me llevo ocho, más cuatro y medio, treinta y tres. Si se descuida, sitúa el origen de los incas en pleno esplendor del Imperio Australopiteco. Poco importa que los australopitecos no fundasen un imperio o que no pisaran el continente americano, cuando se trata de perpetuar la leyenda negra contra los españoles para eclipsar la grandeza de su gesta, todo vale aunque las cuentas no cuadren.


No contento con pegarle patadas al diccionario español y a la Historia Universal, el oprimido campesino peruano, narra la llegada de “los hombres de Castilla que con la ayuda de múltiples felipillos y aprovechando un momento de caos y desunión lograron conquistar al Estado que hasta ese momento dominaba gran parte de los Andes centrales. La derrota del Incanato dio inicio a la era colonial. Fue entonces y con la fundación del virreinato que se establecieron las castas y diferencias que hasta hoy persisten”. Desde luego, es de elogiar el poder de síntesis de este hispanófobo de libro, porque viene a ser como resumir el Imperio Romano en: los romanos conquistaron otros países, hicieron acueductos y un Coliseo y perdieron Constantinopla. Chimpón. Le ha faltado cerrar el sermón con la cortinilla de Looney Tunes y el cerdito tartamudeando “Y eso es to… eso es to… eso es todo, amigos”.

En fin, esto es lo que pasa cuando llega al poder un iletrado que apenas acierta a leer un manojo de folios mal escritos: insulta a la inteligencia de quienes leemos, ofende a quienes le escuchan, ultraja la Historia de su pueblo y, siendo maestro, deshonra a quienes construyeron la primera universidad de todo el continente americano, a uno y otro lado del trópico del Ecuador.

Es de elogiar el poder de síntesis de este hispanófobo de libro, porque viene a ser como resumir el Imperio Romano en: los romanos conquistaron otros países, hicieron acueductos y un Coliseo y perdieron Constantinopla.

Tras unas elecciones más que sospechosas y una victoria nublada por dudas más que razonables y ensombrecida por un sombrero digno de las carreras de Ascot, Pedro Castillo, el nuevo presidente de Perú, se retrata chapurreando sobre nuestro pasado y balbuceando sobre los hombres de Castilla, cuando lo que debería de hacer para hablar de nuestra Historia es lavarse la boca con jabón y, en señal de respeto y gratitud, como mínimo, quitarse el sombrero.



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